miércoles, 15 de diciembre de 2010

Ni princesos ni príncipas.

Ceni, era una chica extrovertida, le encantaba salir, hablar y conocer gente, sobra decir que era pura pereza y egoísmo. No hacía nada, y mucho menos si no era para si misma. Tenía una madrastra, que hacia todo lo posible por alimentar y cuidar de ella y sus dos hijas. Éstas se pasaban el día estudiando y leyendo. Debido a esto no se enteraron de la fiesta en el local de moda. Pero Ceni que siempre estaba en la calle si lo sabia y no se lo contó a nadie, para que no le quitaran protagonismo. Se puso el vestido más corto y los tacones más altos y se marchó. Estando en la fiesta entró el chico que le gustaba, el pobre tropezó con la alfombra y se rompió la nariz: dejó de ser el chico guapo, y por lo tanto dejó de ser un buen partido para ella, la imagen lo era todo. Tras toda la noche de desfase y alcohol(entre otras cosas), Ceni, echa polvo se fue, y al irse se le rompió el tacón de su zapato de marca de 300€. En la puerta del local, le ofrecieron subirse al coche, ni tímida ni perezosa aceptó. Ella no busca ni amor, de protección...sólo quiere vivir a toda prisa. Y así le va...






Y que se dejen de tantas tonterías y cursiladas en los cuentos.




miércoles, 8 de diciembre de 2010

Ella.

Ella descansaba tranquila en su sofá. Había apagado la televisión, su vida ya era demasiado absurda como para ver más. Silencio. Sólo se escuchaba el agua caer y algunas voces de vecinos que salían a la calle. El viento movía las hojas de los árboles y la ropa tendida, era la banda sonora del día. Algún ruidoso coche pasaba por la carretera. Nunca entendió la necesidad de llevar música a el coche tan alta que no se escucha ni uno mismo.
Y entonces miles de imágenes pasan por su mente. Tú, él, ellos, ellas...todos pasaban como fotogramas por su cabeza: aquel cumpleaños del vestido azul, aquel fin de semana en la casa rural, la noche de fiesta en su casa, los días de campo, las conversaciones de madrugada...Pero de aquello solo quedaba lo que tenía, imágenes en su mente, algunas probablemente distorsionadas por el paso del tiempo. Ella se preguntaba dónde había quedado todo aquello, dónde estarían, si ellos se acordarían y sonreirían como a ella a veces lo sucedía.

También pensó en porqué todas esas personas especiales, al igual que llegan a su vida, llenándola de todo lo que le falta, se marchan de la misma manera, llevándose todo. Y en ese momento recordó nombres, caras, caricias, abrazos...y alguna lágrima comenzó a rodar por su mejilla. Las tardes de llanto y lluvia son muy mala conjunción, sobre todo para alguien que está en soledad. En ese momento se estremeció, y no sólo por la inmensidad de recuerdos, también por un ruido. Ella se incorporó. Miró hacia todos lados, y se decidió a explorar la casa.
Nada, no había nada, ni siquiera ventanas o puertas abiertas que hayan podido ser movidas por el aire. El último lugar que investigar era la cocina. Al entrar, de nuevo ese ruido. Provenía de uno de los armarios, el de las latas de conservas. Al abrirlo, extrañada, no podía creer lo que sus ojos veían: una lata de piña en almíbar a medio comer y...¡un pequeño duendecillo!

Y vosotros os preguntaréis "¿qué narices hace un duende en un armario de cocina?" Yo me hice la misma pregunta, pero en parte tiene su lógica: tenía toda la comida que deseaba, y los duendecillos son seres pequeñitos y misteriosos...¡pero no tontos!

Todavía entre sollozos, con asombro consiguió hablar con el Duende:


-¡Eras tú! Ahora entiendo que el otro día no encontrara la lata de atún que compré. ¡Tú te la has comido!
(Nota: En realidad, a mi personalmente, no es lo primero que se me hubiera ocurrido decirle a un duende, pero bueno, hay gente para todo.)


-Vamos, no te pongas así. ¡Estaba a punto de caducar!- Respondió el Duende.


-¿Se puede saber...que....que...que eres?


-Hombre, qué soy está bastante claro. Deberías de preguntarte más bien que es lo que hago aquí (aparte de intentar abrir esta lata de aceitunas que se me está resistiendo).
Bien, tienes los ojos muy rojos, y a eso le encuntro dos explicaciones:
  1. Has fumado algo que no deberías. ¿Nunca te han enseñado que las drogas son malas?
  2. Te has pasado la tarde llorando.
Y conociéndote como te conozco, sobre todo por tu forma de alimentarte, me decanto por la segundo opción. Si, sé que estás sola, triste, nostálgica, ñoña perdida...pero quizás es porque tú has elegido esa opción. Crees que eres la peor mierda que puede existir sobre la Tierra, pero la peor mierda que existe es que creas eso.

-Ehh...esto...

-¡Shhh! ¡Calla! ¡Ahora estoy hablando yo!- Dijo el pequeño Duende.- ¿Te das cuenta de lo que estás haciendo? ¿Acaso no sabes que en cada lugar, en cada momento, por triste que a veces sea, se encuentra un destello de felicidad? Sólo hay que saber verlo, estar atento con los diez sentidos.

-¿Diez sentidos? Yo sólo tengo cinco.- Interrumpió Ella.

-Te equivocas: Puedes oler con la nariz o con el alma. Puedes saborear con las papilas gustativas o con el alma. Puedes oir con los oídos o con el alma. Puedes tocar con las manos o con el alma, y puedes ver con los ojos o con el alma.



Ella agachó la cabeza, miró hacia el suelo y suspiró. Nunca lo había pensado, pero tenía razón. En ese momento el Duende siguió:


-Te voy a conceder un deseo. Si lo aceptas, podrás volver atrás en el tiempo, volver al momento que tú quieras, a un momento feliz. Eso si, nada cambiará. Si después de ese momento algo ocurrió, para bien o para mal, volverá a ocurrir. Tú eliges.


Ella miró fijamente al Duende durante unos segundos, y entonces salió corriendo. Apesar de la tormenta que estaba cayendo en ese momento, no cogió nada, ni abrigo, ni guantes, ni siquiera paragüas y con lo puesto salió a la calle. Justo en ese momento, del portal de enfrente salía un chico en las mismas condiciones. ¡Quién sabe que historia absurda le había ocurrido a él en la cocina, el salón o en el baño!. En ese momento, se miraron, sonrieron y...





"Volverás a reirte de veras, cuando creas que estaba perdido.
Volverás a reirte de veras...si te quedas conmigo"


Por fin lo había entendido: a los lugares donde se ha sido feliz, no es sano volver...lo mejor es encontrar más lugares, más personas, más abrazos, más sonrisas en las que encontrar esa pequeña felicidad.

Del Duende nunca jamás volvió a saber nada. Tampoco le hacía falta. Su misión estaba cumplida.